Libro II
Navegación por el Pacífico y desgracia de Islas de los Ladrones
Matanza de Islas de los Ladrones
A las casi setenta leguas de esta bitácora, en los 12 grados de latitud y los de longitud, el descubrimos un islote al mistral y hacia el garbino, dos. De estas últimas, una era más alta y espaciosa. Quería atracar en ella el capitán general, por busca de algún alimento fresco; pero no pudo, porque los naturales de dicha isla deslizábanse en nuestras naos y robaban aquí una cosa, otra allá..., de forma que no la había para tenerlas seguras. Estábamos arriando velas para bajar a tierra, cuando --con insólita rapidez-- nos robaron el esquife amarrado a la popa de la nave capitana. Furioso por dicha fechoría, bajó a tierra el capitán general con cuarenta ballesteros; incendiaron cuarenta o cincuenta casas y muchas canoas, mataron a siete hombres y se recuperó el esquife. Antes de nuestro desembarco, nos rogaba más de uno de los enfermos que, si matábamos a hombre o a mujer, les trajéramos sus intestinos, comiendo los cuales pronto sanarían.
Cuando a ballestazos traspasábamos completamente a alguno de aquellos indios por los ijares, tiraban de la flecha, bien en un sentido, bien en otro, mirándola; conseguían extraerla finalmente, maravillándose mucho y morían así. Y aquellos a quienes herían en el pecho obraban igual. Nos despertaron verdadera compasión. A poco, viéndonos partir, escoltáronnos con más de cien embarcaciones una legua. Arrimábanse a las naos mostrándonos peces en simulación de querérnoslos dar; pero lo que pretendían era apedrearnos, huyendo después. A pesar de navegar nosotros a toda vela, metían sus canoas habilidosísimamente, entre las carabelas y nuestras remolcadas lanchas. Notamos a alguna mujer entre ellos gritando y mesándose la cabellera. Supongo que por amor a sus muertos.