Libro I
Exploración del paso interoceánico
Dos naos tantean el estrecho
de aquí, en los 51 grados menos un tercio del Antártico, dimos con otro río de agua dulce, al que las naves se acogieron de los vientos terribles; mas Dios y el Cuerpo Santo no nos regatearon ayuda. En este río anclamos cerca de para hacer provisión de agua, de leña y de peces --que eran largos como un brazo y más, con mucha escama y tan sabrosos cuanto escasos--. Y antes que navegáramos de nuevo, el capitán general y todos nosotros confesamos y comulgamos como verdaderos cristianos.
Después, a los 52 grados del mismo rumbo, encontramos en el , un estrecho, cuyo cabo denominamos "", por un milagro grandísimo. Ese estrecho tiene de largo 110 leguas, que son 440 millas y un ancho --más o menos-- como de media legua y va a desembocar en otro mar, llamado Mar Pacífico, circundado de montañas altísimas con copetes de nieve. No había calado suficiente para pasar, salvo que se enfilase a unas 25 ó 30 brazas sólo, de tierra. Y si no fuese por el capitán general, nunca habríamos navegado aquel estrecho; porque pensábamos todos y decíamos, que todo se nos cerraba alrededor. Pero el capitán, que sabía tener que seguir su derrota por un estrecho muy justo, según viera antes en un mapa hecho por aquel excelentísimo hombre , destacó dos naves, la San Antonio y la Concepción --así se llamaban--, para ver qué había al fondo de la oquedad.
Los dábamos ya nosotros por perdidos; primero, por la tempestad inmensa; después, porque habían transcurrido desde la separación e incluso, por creer señales de naufragio unos humos que nos hacían desde tierra dos marineros, a quienes ellos enviaron para avisarnos la noticia. Hallándonos en cuyos pensamientos, vimos aparecer ambas naos, inflado el velamen, y acercarse batiendo a la brisa sus banderolas. Ya junto a las nuestras, atronaron muchas bombardas y gritos; después, alineadas las cuatro, dando gracias a Dios y a la Virgen María, avanzamos en busca de más allá.
Nosotros, con las otras dos naves --la capitana, por nombre Trinidad, y la Victoria--, anclamos a resguardo de la bahía. Sobrevino una fuerte virazón; tal, que fue forzoso levar anclas y dejar que nuestras carabelas bailasen por la bahía cuanto cupo. A las otras dos, en marcha, les iba a resultar imposible doblar un cabo que se les abría al fondo de aquella garganta ni volver hasta nosotros, con lo que, sin la menor duda, su fin era el choque violento con algún bajo. Ya cerquísima del fondo del embudo y dándose por cadáveres todos, avistaron una boca minúscula, que ni boca parece sino esquina y hacia allí se abandonaron los abandonados por la esperanza: con lo que descubrieron el estrecho a su pesar. Pues, viendo que no era esquina, sino paso, adentráronse hasta descubrir una ensenada. Siguiendo aún, conocieron otro estrecho y una tercera bahía, mayor que esas dos primeras. Con alegres ánimos, volviéronse al punto atrás para que el capitán general lo supiese.