Libro II
Negociación y alianza con Humabon, rey de Cebú
Curiosidades y comercio en Cebú
Viven estos pueblos con justicia; conocen las medidas y el peso. Aman la paz, el ocio y la quietud. Poseen balanzas de madera. Son: una barrilla horizontal, colgada por la mitad de una cuerda --que la sostiene--, a un extremo queda el garfio; al otro, las señales --como cuarto, tercio, libra...--. Cuando quieren pesar, toman un platillo, que cuelga de tres cordeles, como los nuestros, lo cargan con las señales, y así pesan justo. Disponen de medidoras muy grandes, sin fondo. Juegan los muchachos con la zampoña, semejante a la nuestra y la llaman subin. Las casas son de tableros y cañas, edificadas sobre estacas gordas que las separan del suelo: que son menester escaleras para subir y tienen habitaciones igual que entre nosotros. Bajo las casas guardan sus cerdos, cabras y gallinas.
Abundan por aquí los cornioles, grandes, hermosos de ver, que matan a las ballenas cuando éstas los engullen vivos. Una vez dentro de aquel cuerpo, decídense a salir de su coraza y se les comen el corazón. Que, vivos aún, suelen encontrarlos estos indígenas, junto al corazón de las ballenas muertas. Estos cornioles tienen dientes, la piel negra, el lomo y la carne blancas; por allá llámanlos laghan.
Abrimos el nuestro almacén, lleno de mercancías, el cual les produjo seria admiración. Por metal, hierro o cualquier otro artículo de peso, daban oro; por los de poco tamaño, arroz, cerdos, cabras y demás víveres. Estos pueblos entregaban diez pesos de oro por catorce libras de hierro: un peso y cerca de ducado y medio. El capitán general no quiso que se aceptase demasiado oro, porque más de un marinero hubiese vendido por un poco de él todas sus cosas: con lo que se habría desnivelado el tráfico para siempre.