Libro II
Negociación y alianza con Humabon, rey de Cebú
Obsequios para el rey Humabón
Mandó después al rey de Zubu, por mediación mía y de otro, una túnica de seda amarilla y morada --a la moda turca--, una barretina encarnada de paño muy fino, collares de vidrio también. Presentando todo en bandeja de plata, más dos vasos en mano semejantes al del príncipe.
Llegando a la ciudad, encontramos al rey en su palacio con muchos hombres, sentado en tierra sobre una esterilla de palma. Sólo un taparrabos de algodón le impedía enseñar las vergüenzas; llevaba un turbante con bordados de aguja, un collar de gran precio y dos enormes ajorcas de oro con piedras preciosas.
Era gordo y pequeño, tatuado al fuego diversamente. Otra esterilla ante sí, servíale de mantel, pues estaba comiendo huevos de serpiente escudillera, servidos en dos vasijas de porcelana y tenía también cuatro jarras llenas de vino de palma, cubiertas con hierbas oloríferas. Un canuto metido en cada una le servía para, indistintamente, sorber.
Tras la reverencia de rigor, hízole saber el intérprete hasta qué punto su señor le quedaba reconocido por tantos obsequios y que le mandaba aquellos otros no por correspondersino por el amor intrínseco que le tenía. Ceñímosle la túnica, tocámosle de la barretina y le dimos parte de lo demás. Por fin, besando primero los dos vasos y poniéndomelos sobre la cabeza, se los presenté y con el mismo ceremonial él los aceptó. A seguida, nos hizo comer de aquellos huevos y beber por aquellos canutos. Y mientras, los suyos repetíanle el parlamento del capitán y su exhorto para que se hiciesen cristianos.
Quería el rey que nos quedásemos para la cena; le comunicamos que nos resultaba imposible. Otorgada la licencia, nos condujo el príncipe a su mansión, donde cuatro muchachas tocaban instrumentos de música: una un tambor --casi como nosotros, pero acurrucada en tierra--, otra percutía con un bastón engordado en su extremo con tejido de palma sobre dos pedazos de metal colgados --ya en éste, ya en aquél--; la tercera, sobre otra rodela metálica mayor y del mismo modo; la última, por fin, hacía entrechocar dos bastoncillos de igual especie, a los que arrancaba sonidos muy suaves. Tan a compás actuaron, que parecían expertas en música. Eran las cuatro hermosas y blancas, casi como nuestras mujeres y de sus proporciones; salían desnudas, salvo un tejido vegetal de la cintura a la rodilla y alguna desnuda enteramente; con el pabellón de la oreja deformado por un cerquillo de madera muy largo, que se les enhebraba ahí, con la cabellera larguísima y negra, ceñida por estrecho turbante; descalzas en cualquier momento. El príncipe nos invitó a bailar con tres, desnudas de arriba a abajo. Las referidas placas de metal fabrícanse en la región del Signio Magno, que llaman también China. Úsanla por allá para lo que las campanas nosotros y tiene por nombre aghon.
, al haber fallecido un hombre a bordo aquella noche, bajamos el intérprete y yo a preguntar al rey dónde podríamos enterrar el cadáver. Vímosle rodeado de muchos y tras la usual reverencia, lo consulté. Respondió: "Si tanto yo como mis vasallos pertenecemos completamente a tu señor, mayormente deberá considerar suya esta tierra". Expliqué de qué forma pretendíamos consagrar el punto y notarlo con una cruz: prosiguió que le satisfacía sin disputa y que había de adorarla tal como nosotros. Fue sepultado en el centro de la plaza, tan bien como supimos: para dar ejemplo. Y la consagramos después. A la tarde, enterramos a otro. Descargamos en el pueblo mucha mercancía, situándola en una casa que el rey garantizó; así como a cuatro hombres que también quedaron, al objeto de tratar mercaderías de por grande.