Libro II
Evangelización de Cebú
Bautismo de la reina de Cebú
Después del almuerzo volvimos a tierra a desembarcar el cura y otros, para bautizar a , la cual apareció con cuarenta damas. Condujímosla sobre la tribuna, haciéndola sentarse sobre un cojín y alrededor las demás, hasta que el sacerdote se revistió.
Mostrámosle una imagen de Nuestra Señora, un precioso Niño Jesús de talla y un crucifijo, ante todo lo cual le vino gran contrición y pidió el bautismo con lágrimas. La llamamos Juana, como a la madre del emperador, a su hija mujer del príncipe, Catalina, a la reina de Mazana, Isabel y su nombre correspondiente a las demás.
Ochocientas almas se bautizaron, entre hombres, mujeres y niños. La reina era joven y hermosa, cubierta enteramente por un lienzo blanco y negro; llevaba rojísimas la boca y las uñas y un sombrero grande de hojas de palma --amplio, como quitasol--, con corona alrededor, según las tiaras papales, que a ninguna parte va sin ella. Nos pidió el Niño Jesús, para colocarlo en el puesto de sus ídolos y se marchó al atardecer. El rey, la reina y muchos otros bajaron a la playa, luego. Y el capitán entonces, hizo que se diparasen muchos morteretes y las bombardas mayores, lo que fue para todos diversión grande. El capitán y el rey se daban tratamiento de hermanos. Este último se llamaba rajá Humabón.
Antes de los ocho días quedaron bautizados todos los de aquella isla y algunos de las otras. Se puso fuego a un poblado, por negarse a obedecernos, al rey y a nosotros, en una isla vecina. Plantamos allá la cruz, porque esos pueblos eran gentiles. A haber sido moros, lo que hubiésemos plantado es una horca, en símbolo de más dureza, porque los moros son bastante más duros de convertir que los paganos.