Libro III
Navegación y comercio por el archipiélago
Cena con Calanao, rey de Panilonghon
A dieciocho leguas de distancia de aquella isla de Zubu, apenas resguardándonos en otra que llaman Bohol, incendiamos, antes de abandonar el archipiélago, , porque era ya poquísima gente para tres, luego de acumular en las otras lo más útil.
Enfilamos más tarde el Sur-Sureste, costeando una isla por nombre Panilonghon, en la que los hombres son negros como etíopes. Arribamos después a cierta isla grande, cuyo , para concertar paces con nosotros, extrájose sangre de la mano izquierda, untándose con ella después el cuerpo, la cara y el techo de la lengua, en símbolo de insuperable amistad. Igual hicimos, por corresponder, nosotros. Sólo yo bajé con dicho rey a tierra, para conocer la isla. Llegamos inesperadamente a un río, muchos pescadores ofrendaron su pesca al rey, pero éste, sin demora, despojose del taparrabos que le cubría, y, en compañía de sus notables, comenzaron todos a bogar entre canciones y cruzamos ante muchas viviendas que se asomaban a aquel río. A las dos de la mañana, alcanzamos la suya. Desde la desembocadura del río --donde las naos-- hasta la casa del rey mediaban dos leguas.
Entrando en tal casa, saliéronnos al encuentro con muchos hachones de caña y de hojas de palmera. Hachones, que ardían con resina, como ya antes se explicó. Hasta que trajeron la cena, el rey, con un par de jerarcas y dos de sus esposas, muy bellas, bebieron un gran odre de vino de palma, sin consumir bocado alguno. Alegando haber cenado antes, yo no quise beber más que una vez. Al hacerlo, realizaban todos las mismas ceremonias del rey de Mazana.
Vino después la cena, de arroz y pescados saladísimos, sobre escudillas de porcelana. El arroz les servía de pan. Lo cuecen de la siguiente forma: primero meten en una olla de barro como las nuestras una hoja lo suficientemente amplia para que forre todo su interior; después, vierten el agua, y el arroz --abundantísimo, desproporcionado--; dejan que éste hierva, hasta que, sin agua, tórnese duro, y extraen esa masa sólida a pedazos. En todas estas partes cuecen el arroz igual.
Apenas comidos, ordenó el rey que trajeran una esterilla de cañas, otra de palma y uncojín de hojas, para que yo durmiese. El rey, en compañía de sus dos esposas, fue a hacerlo en un lugar apartado, y en compañía siempre de uno de sus dos magnates.