Libro III
Alianza con rey de Tadore
Tráfico de bienes saqueados
El martes 12 de noviembre, mandó el rey que, en un día, construyeran una casa en la ciudad, para almacén de nuestro tráfico. Llevamos allá lo que nos quedaba, casi enteramente, dejando en vigilancia tres hombres; y bien pronto, en esta forma, se inició el intercambio. Así, por diez brazas de paño rojo de cierta calidad, entregábannos un bahar de clavo, o sea, cuatro quintales y seis libras (un quintal equivale a cien libras); por quince brazas de paño no demasiado bueno, un bahar; por quince hachas pequeñas, un bahar; por treinta y cinco vasos de vidrio, un bahar (el rey los compró todos); por diecisiete mesuras de cinabrio, un bahar; por diecisiete de plata viva, un bahar; por veinticinco brazas de tela de poco cuerpo, un bahar; por ciento cincuenta cuchillos, un bahar; por cincuenta tijeras, un bahar; por cuarenta barretinas, un bahar; por diez pañuelos de Guzerati, un bahar; por tres de aquellos agones suyos, un bahar; por un quintal de metal, un bahar.
Todos nuestros espejos se habían roto, y los pocos buenos los quiso el rey. Muchas de tales cosas procedían de los juncos que habíamos saqueado. La prisa por volver a España nos impelía a rematar nuestras reservas a mejor precio del que nos propusiéramos hasta entonces. Atracaban cada día a nuestro costado tantas embarcaciones llenas de cabras, gallinas, higos, cocos y otros artículos para comer, que era una maravilla. Nos abastecimos de agua potable; un agua que mana caliente, pero que, si se la deja una hora en reposo, es hielo puro. Y eso es porque nace en el monte del clavo; al revés de como se afirma en España, de que en Maluco haya que importar el agua desde muy lejos.
El miércoles, envió el rey a su hijo Mosahap a Mutir en busca de más clavo, a fin de abastecernos rápidamente. Hoy le notificamos al rey que llevábamos algunos indios presos. Dio gracias a Dios, rogándonos que le favoreciéramos con aquellos prisioneros, porque él los enviaría a sus tierras con cinco hombres de los suyos, y así manifestasen al rey de España y su fama. Le entregamos, con ellos, a las tres mujeres apresadas en nombre de nuestra reina, y por la razón a que se aludía antes... Y al otro día le presentamos al resto de prisioneros, salvo los de Burne. Le plugo sobremanera.
Supliconos aún que, por su amor, matásemos todos los cerdos que teníamos; que él había de compensárnoslos con cabras y gallinas. Los matamos, para complacerle, colgándolos después bajo la cubierta. Cuando alguno de éstos, por ventura, los veía, cubríase el rostro, preocupado hasta de no sentir su olor.