Libro IV
Entelequias sobre China
Crueldad y fastuosidad del soberano chino
Después hállase Cochi. Su rey es el rajá Scribumni Pala. Y después, la Gran China. Es su rey el mayor del mundo; tiene por nombre Santoha rajá, y bajo su poder a sesenta reyes de corona, algunos de los cuales, a su vez, cuentan por súbditos a otros diez o quince monarcas. Su puerto es Guantan.
Entre las numerosísimas ciudades hay dos más populosas: Namchin y Combatu. En la segunda reside el rey. Rodéanle cuatro jerarcas: uno, al poniente de su palacio; otro, al levante; otro, al Sur; otro, al Norte. Ninguno de ellos otorga audiencia sino a quienes proceden de su orientación. Todos los reyes y señores de la India Mayor y la Superior obedecen a este soberano, y, como signo de su vasallaje, cada uno tiene en el centro de su plaza un animal esculpido en mármol, más gallardo que el león, y al que dicen chinga.
Este chinga es el sello de dicho rey de China, y todos los que pretenden ir allí convendrá que lleven el mencionado animal esculpido en un diente de elefante; de lo contrario, no conseguirán entrar en aquel puerto.
Cuando algún señor desobedece a tal rey, hácenlo desollar, y secan la piel al sol luego de salarla. Más tarde, la rellenan con paja u otra cosa, poniéndola con la cabeza baja y las manos juntas encima, en un lugar de la plaza bien visible, de forma que todos la observen haciendo zonghu (reverencia).
Este rey no se deja ver por nadie; y cuando él quiere ver a los suyos cruza el palacio en el interior de un pavo magistralmente construido, cosa riquísima, acompañado por seis de sus mujeres principales, vestidas como él, hasta que penetra en una serpiente que llaman nagha, rica como lo más que verse pueda, y la cual asoma sobre el patio principal del palacio. El rey y las mujeres entran ahí de prisa, para que a él no se le reconozca; ve a los suyos a través de un gran cristal que ocupa el pecho de la serpiente. Se los ve a él y a ellas, pero sin poder discernir cuál sea el soberano. El cual desposa a hermanas suyas, a fin de que la sangre real no se mezcle.
Alrededor de su palacio hay siete cercos de muralla, y en cada uno de los espacios entre cerco y cerco, diez mil hombres, que montan su guardia hasta que, cuando una campana suena, vienen otros diez mil a relevarlos. Y así día y noche.
Cada una de las siete murallas tiene una puerta. En la primera, aparece esculpido un hombre que empuña cierto arpón, o sea, satu horan con satu bagan; en la segunda, un perro (satu hain); en la tercera, un hombre con un mazo herrado; a quien dicen satu horan con pocum becin; en la cuarta, otro hombre arco en mano (satu horan con anac panan); en la quinta, un hombre con una lanza, o, como ellos, satu horan con tumach; en la sexta, un león, satu houman; en la séptima, dos elefantes blancos, esto es, dos gagia pute.
En el palacio hay setenta y nueve salas, por las que sólo circulan las mujeres que sirven al rey. Hay siempre antorchas ardiendo. Un día se tarda en dar la vuelta al edificio. En lo más alto de él hay cuatro salas más, donde alguna vez suben los principales para hablar con su señor. Una está recubierta de metales, así por abajo como por arriba; otra, de plata; otra, por completo de oro; la última, de perlas y piedras preciosas. Cuando sus vasallos le entregan oro y otras riquezas como tributo, lo reparten por estas salas, diciendo: "Sirva esto para honor y gloria de nuestro rajá Santoha." Todas esas cosas, y más, de dicho rey nos las explicó un moro; él las había visto.