Libro IV
Recorrido por costas de África
Peligros del Cabo de Buena Esperanza
Antes de doblar el cabo de Buena Esperanza, permanecimos nueve semanas frente a él, arriadas las velas, por el viento occidental y mistral en la proa, y tempestades pavorosas; cabo que ocupa los 34 1/2 grados, y a 1.600 leguas del de Malaca. Es el mayor y más peligroso del mundo.
Algunos de entre los nuestros -así enfermos, como sanos-, querían refugiarse en una factoría portuguesa por nombre Monzambich: por la nave, que hacía mucha agua; por el intenso frío; y, especialmente, por no tener qué llevarnos a la boca, salvo agua y arroz, yaque la carne que traíamos, por no haber dispuesto de sal, estaba enteramente putrefacta.
Pero algunos de los otros, con más avaricia de su honor que de la propia vida, determinaron, vivos o muertos, encaminarse a España.
Por fin, con la ayuda de Dios, el 6 de mayo doblamos el cabo aquel manteniéndonos a unas sus cinco leguas. O nos acercábamos tanto, o no lo habríamos pasado nunca.
Navegamos después al mistral, sin repostar los víveres durante dos infinitos meses. En ese plazo murieron veintiún hombres. Cuando echábamos el cadáver al mar, los cristianos se sumergían siempre con el rostro arriba; los indios, con el rostro hacia abajo. Si Dios no nos enviaba buen tiempo, íbamos todos a morir de hambre. Por fin, a impulsos de irresistible necesidad, nos aproximamos a las Islas de Cabo Verde.