Libro II
Negociación y alianza con Humabon, rey de Cebú
Evangelización de los embajadores de Cebú
Disertó con amplitud el capitán sobre la paz y sobre que él rogaba a Dios que la confirmase en el cielo. Contestaron que jamás habían oído cosas semejantes y que les causaba gran placer oírle. Observando el capitán el buen ánimo con que escuchaban y respondían, empezó a tocar asuntos que los indujeran a nuestra fe.
Preguntó quién habría de suceder al rey a su muerte: enterándose de que no tenía hijos varones, sino hembras y que aquel sobrino suyo estaba casado con la mayor, por lo que era el príncipe. Y de que cuando envejecen padre o madre no se los honra ya, sino que mandan sobre ellos los propios hijos. Informoles el capitán de que Dios creara el cielo, la tierra, el mar y tantas otras cosas y de que impuso se honrara a padre y madre (que quien lo contrario hacía era condenado al fuego eterno) y de que todos descendíamos de Adán y Eva, nuestros primeros padres y de que tenemos un alma inmortal y de muchos otrospuntos referentes a la fe. Alborozadísimos, le suplicaron accediera a dejarles dos hombres, uno por lo menos, para que en tal fe les instruyera y que les rendirían gran honor. Replicaba que por el momento no podía dejarles a ninguno; pero que si querían hacerse cristianos, los bautizaría nuestro preste y que en otra expedición traería clérigos y frailes que los aleccionarían en nuestra fe. Arguyeron que primero deberían hablar al rey y después convertirse en cristianos. Todos lloraban, con tanta alegría.
Habloles el capitán que no se hicieran cristianos por miedo ni por complacernos, sino voluntariamente; pues a los que quisieran vivir según sus leyes de hasta entonces, ningún daño se les haría. Aunque cristianos serían mejor vistos y halagados que los otros. Todos gritaron a una voz que no se hacían cristianos por miedo, ni por nuestra complacencia, sino por espontánea voluntad.
Entonces les dijo que, si se convertían en cristianos, les entregaba una armadura, pues su rey se lo había impuesto así. Y cómo no podían usar de sus mujeres, siendo gentiles, sin grandísimo pecado y cómo les aseguraba que, siendo cristianos, no se les aparecería más el demonio, sino en el mismo punto de su muerte. Aseguraron no encontrar respuesta para tan bellas palabras, pero a sus manos se remitían y que dispusiese de ellos como de sus más fieles servidores. El capitán, llorando, los abrazó y estrechando una mano del príncipe y una del rey entre las suyas, juroles por su fe en Dios y por su hábito de caballero que les daba la paz perpetua con España. Respondieron que juraban lo propio.
Conclusas las paces, mandó el capitán que sirviesen que comer; después, el príncipe y el rey ofrendaron al capitán los presentes que traían: algunos cestillos de arroz, cerdos, cabras y gallinas y pidiéndoles disculpas por ser tales muy pobres cosas para alguien como él. El capitán regaló al príncipe un alquicel blanco de sutilísima tela, una barretina encarnada, sartas de cuentas de cristal y un vaso de vidrio dorado. Todos los cristales son apreciadísimos allí. Al rey de Mazana no le dio ningún regalo, pues se lo había hecho ya con una veste de Cambaya y otros obsequios. Más cosas repartió entre los acompañantes; a quién una, a quién otra.