Libro II
Evangelización de Cebú
Ceremonia del cerdo
Interesaría a vuestra Ilustrísima Señoría conocer las ceremonias con que éstos bendicen el puerco. Antes que nada, golpean el aghon; traen después platos grandes: dos, con rosas y hojas de arroz y mijo --cocidas y revueltas, éstas-- y peces asados; el tercero, con paños de Cambaia y dos banderitas de palma. Uno de tales paños extiéndenlo en el suelo; vienen dos mujeres viejísimas, cada una con una especie de trompeta de caña en la mano.
Colócanse sobre el paño extendido, saludan al sol y vístense los que quedaron en el plato último. Una se anuda a la frente un liencillo con dos cuernos, agita otro en la mano y, haciendo sonar su caña, baila y llama al sol; la otra toca también, teniendo en la mano libre una de las banderitas que trajeran. Bailan y llaman de esta forma, un poco, diciendo mil cosas para el sol, pero como entre sí. La primera, abandona el pañuelo para agitar ahora la banderita y las dos, haciendo sonar sus trompetas generosamente, bailan alrededor del cerdo atado. La de los cuernos siempre se dirige tácitamente al sol y le responde la otra. Después, a la de los cuernos, preséntanle una taza de vino y bailando y diciendo ciertas palabras, que la otra contesta, tras varias veces de fingir que se bebe el vino, lo derrama sobre el corazón del puerco. Y repetidamente, torna a bailar. Ponen en sus manos, entonces, una lanza. Agitándola y sin callar la boca nunca, sigue bailando -como su compañera-- y, tras simular cuatro o cinco veces que va a clavar la lanza en el corazón del animal, con inesperada presteza lo traspasa, por fin, de parte a parte.
Inmediatamente, se tapa la herida con hierbas. La que lo mató, metiéndole una antorcha encendida en la boca, que estaba ardiendo durante todo el ceremonial, la apaga. La otra, bañando la punta de su trompeta en sangre del cerdo, ensangrienta con el dedo, en primer lugar, la frente de su marido, luego las de los demás --aunque a nosotros no se nos acercaron nunca--; después, desvístense y se comen los manjares de aquellos platos que trajeran, convidando a las mujeres (a ellas solas).
El animal se desuella al fuego. Nadie más que las viejas pueden consagrar la carne del cerdo; ni la probarían, no habiéndolo sacrificado en aquella forma.