Libro II
Evangelización de Cebú
Infibulaciones, poligamia y ritos fúnebres
Estos pueblos andan desnudos, cubriéndose solamente las vergüenzas con un tejido de palmas que atan a la cintura. Grandes y pequeños se han hecho traspasar el pene cerca de la cabeza y de lado a lado, con una barrita de oro o bien de estaño, del espesor de las plumas de oca y en cada remate de esa barra tienen unos como una estrella, con pinchos en la parte de arriba; otros, como una cabeza de clavo de carro. Diversas veces quise que me lo enseñaran muchos, así viejos como jóvenes, pues no lo podía creer. En mitad del artefacto hay un agujero, por el cual orinan, pues aquél y sus estrellas no tienen el menor movimiento. Afirman ellos que sus mujeres lo desean así y que de lo contrario, nada les permitirían. Cuando desean usar de tales mujeres, ellos mismos pinzan su pene,retorciéndolo, de forma que, muy cuidadosamente, puedan meter antes la estrella, ahora encima y después la otra. Cuando está todo dentro, recupera su posición normal y así no se sale hasta que se reblandece, porque de inflamado no hay quien lo extraiga ya. Estos pueblos recurren a tales cosas por ser de potencia muy escasa.
Tienen cuantas esposas desean, pero una principal. Cada vez que bajaba a tierra alguno de los nuestros, ya fuese de día, ya fuese de noche, sobraban los que le invitasen a comer y beber. Sus alimentos están sólo medio cocidos y muy salados; beben seguido y mucho, con aquellos canutos en las jarras y cada comida dura cinco o seis horas. Las mujeres nos preferían ampliamente sobre ellos. A todas, a partir de los seis años, se les deforma la natura por razón de aquellos miembros de sus varones.
Cuando uno de sus notables muere, dedícanle estas ceremonias. En primer término, todas las mujeres principales del lugar acuden a casa del difunto; en medio de ella aparece en su féretro el tal, bajo una especie de entrecruzado de cuerdas en el que enredaran un sinfín de ramas de árboles. En el centro de esas ramas, un gran lienzo de algodón forma como dosel y a su sombra se sientan las mujeres principales, todas cubiertas con sudarios de algodón blanco, mientras a cada una su doncella le hace aire con un abanico de palma.
Las no principales se sientan, tristes, en torno a la cámara mortuoria. Después, una cortaba el pelo del muerto, despacio, con un cuchillo. Otra --la que fue su mujer principal-- yacía sobre él y juntaba su boca y sus manos y sus pies a los del cadáver.
Cuando aquélla cortaba el pelo, ésta plañía y, cuando dejaba de cortar, ésta cantaba. En varias partes de la habitación había muchas vasijas de porcelana con fuego y encima, mirra, estoraque y benjolí, que perfumaban la casa ampliamente. Tuvieron el cadáver allá cinco o seis días, con tantas ceremonias --creo que impregnado de alcanfor--; luego, lo enterraron en el féretro mismo, cerrado con clavos de madera en un cobertizo rodeado por una empalizada.
En esta ciudad, más o menos a la medianoche --pero todas--, aparecía un pájaro negrísimo, grande como un cuervo, y no empezaba aún a volar sobre las casas, que graznaba ya. Con lo que ladraban todos los perros. Sus graznidos oíanse cuatro o cinco horas, y jamás quisieron explicarnos la razón.