Libro II
Batalla de Mactán y traición de Cebú
Muerte heroica de Magallanes y elegía
Cuando vieron que sus casas ardían, su ferocidad se redobló. Próximos a tal hoguera, caían para siempre dos de los nuestros; conseguimos que aquella alcanzase a veinte o treinta viviendas, lo más. Pero atacaron tanto, en ese punto, que una flecha envenenada traspasó la pierna derecha del capitán. Por lo que éste ordeno que nos retiráramos poco a poco; pero la mayoría huyó en desbandada. Así que seis u ocho solamente permanecimos junto al capitán.
No nos disparaban alto, sino a las piernas, por llevarlas desnudas. Y no podíamos resistir, ante un aluvión de lanzas y piedras como aquél. Las bombardas de las naos eran incapaces de prestarnos ayuda, por la distancia, así que hubimos de replegarnos más de un tiro de ballesta dentro del agua, que nos alcanzó ya a la rodilla, sin dejar de combatir.
Ni de perseguirnos ellos: que llegaban a recoger hasta cuatro o seis veces la misma lanza, para enviárnosla nuevamente. Conociendo al capitán, tanto se concentró su ataque en él, que por dos veces le destocaron del yelmo. Pero, como buen caballero que era, sostúvose con gallardía. Con algunos otros, más de una hora combatimos así, y rehuyendo retirarse, un indio le alcanzó con una lanza de caña en el rostro. Él, instantáneamente, mató al agresor con la suya, dejándosela recta en el cuerpo; metió mano, pero no consiguió desenvainar sino media tizona, por otro lanzazo que cerca del codo le dieran. Viendo lo cual, vinieron todos por él, y uno, con un gran terciado --que es como una cimitarra, pero mayor--, medio le rebañó la pierna izquierda, derrumbándose él boca abajo. Llovieron sobre él, al punto, las lanzas de hierro y de caña, los terciarazos también, hasta que nuestro espejo, nuestra luz, nuestro reconforto y nuestro guía inimitable cayó muerto.
Mientras le herían, volviose algunas veces aún, para ver si alcanzábamos las lanchas todos; después, viéndole ya cadáver, heridos y lo mejor que nos cupo, alcanzamos aquéllas, que huían ya. El rey cristiano nos hubiese prestado ayuda; pero, antes de desembarcar, habíale encargado nuestro jefe que bajo ningún pretexto abandonara su balangai, sino que observase cómo combatíamos. Cuando el rey supo su fin, lloró.
A no haber sido por ese pobre capitán, ninguno de nosotros se hubiese salvado en las lanchas; porque, gracias a su ardor en el combate, fue como las pudimos alcanzar.
Fío mucho en Vuestra Señoría Ilustrísima porque la fama de capitán tan generoso no se extinga con nuestros tiempos. Entre las otras virtudes que concurrían en él, era la más permanente --a través de avatares bien apretados-- su fortaleza para resistir el hambre mejor que todos, así como que conocía las cartas náuticas y navegaba como nadie en el mundo. Y se verá la verdad de esto abiertamente, ya que ninguno se ingenió ni se atrevió hasta conseguir dar una vuelta a ese mundo según él ya casi la había dado.
La batalla se desarrolló el sábado 27 de abril de 1521 (el capitán quiso librarla en sábado por ser el día más de su devoción). Fueron muertos con él ocho de nuestros hombres, y cuatro indios ya bautizados: éstos, por las bombardas de las naves, que en plena refriega acercáronse a prestar ayuda. Y, de los enemigos, quince sólo; contra, además, muchos heridos nuestros.