Libro III
Comercio con el rey de Borneo
Obsequios de los españoles
A los seis días, envió el rey de nuevo tres praos con mucha pompa, sonando las zampoñas, los tamboriles y placas de latón. Rodearon las naves, y nos saludaban alzando ciertas pequeñas boinas de tela que suelen usar, las cuales les cubren el occipucio solo. Contestamos con salvas de nuestra artillería. Después, nos entregaron como ofrenda diversos víveres, condimentados sólo con arroz: unos, sobre hojas, consistentes en rebanadas anchas. Otros, en tortas de huevo y miel. Advirtiéronos que a su rey le honraba que nos aprovisionásemos de agua y leña, así como se hiciesen sin traba nuestras compras.
Oyendo lo cual, comisionamos a a bordo del prao con presentes para el rey: que eran una túnica de terciopelo verde a la turca, una poltrona de terciopelo morado, cinco brazadas de paño rojo, una barretina, un vaso dotado, un ánfora de cristal con tapón, tres cuadernillos de papel y un tintero --dorado, igualmente--; para la reina, tres varas de paño amarillo, un par de zapatos plateado, un alfiletero de plata lleno de agujas; para el gobernador, tres varas de lienzo rojo, una barretina y un vaso dorado; para el rey de armas, esto es, el que vino en el prao y habló, una túnica de paño encarnado y verde, a estilo turco también, una barretina y un cuadernillo de papeles. Y, para los otros notables, a quién paños, a quién barretinas, a quién más cuadernillos para escribir. Partieron, sin más.
Cuando nos dirigimos a la ciudad, hubo que aguardar en el prao cerca de dos horas, hasta la llegada de dos elefantes con gualdrapas de seda, en compañía de doce hombres, cada uno con una vasija de porcelana --cubierta de seda, lo mismo--, que traía nuestros obsequios. Montamos en los elefantes, y nos precedieron aquellos doce hombres con su carga. Tal fue el camino, hasta la casa del gobernador, donde nos sirvió éste una cena de muchos platos. Dormimos aquella noche sobre colchonetas de algodón; su colcha era de tafetán, y las sábanas, de Cambaja.