Libro III
Comercio con el rey de Borneo
Maniobra sospechosa y toma de rehenes
En la mañana del lunes 29 de julio vimos venir hacia nosotros más de cien praos, divididos en tres agrupaciones, con otros tantos tungulis, que son sus barcas pequeñas.
Ante esto, y con la sospecha de que se tratara de cualquier engaño, hicímonos, lo más velozmente posible, a la vela; tan velozmente, que abandonamos un ancla. Mas temíamos aún vernos cercados entre una gran cantidad de juncos que habían anclado a nuestras espaldas el día anterior...
Así, que nos revolvimos con rapidez sobre éstos y apresamos a cuatro, matando a muchos de sus ocupantes. Tres o cuatro consiguieron huir. Iba en uno de los apresados el hijo del rey de la isla de Lozón. Era éste capitán general del rey de aquí, de Burne, y acudía con sus juncos desde una villa grande, que llamaban Laoc, que está en un extremo de esta isla encarado hacia Java Mayor. El rey de Burne arruinaría y saquearía antes tal villa porque obedecía al de Java Mayor, en lugar de a él.
Juan Carvajo, nuestro piloto, dejó libre a este capitán y su junco sin nuestro consentimiento, por cierta cantidad de oro, según después supimos. A no haberlo hecho, nos habría pagado el capitán cuanto se le pidiera, porque le tenían mucho por allá, pero mucho más por los gentiles, por cuanto estaba él al servicio del rey moro. Porque hay en aquel puerto otra ciudad, de gentiles ésta y mayor que la del moro donde estuvimos.
Edificada sobre el agua también, andan siempre los dos pueblos en combate por la posesión total del puerto. El rey gentil es tan potente como su colega el moro, mas no tan soberbio. Se le convertiría con facilidad a la fe de Cristo.
El rey moro, cuando le dijeron de qué modo habíamos tratado a los juncos, nos envió a advertir, por uno de los nuestros que quedaron en tierra, que los praos no venían para perjudicarnos en absoluto, antes aparejáronse contra los gentiles; y como prueba de su afirmación, le enseñaron algunas cabezas degolladas, repitiéndole que eran de gentiles.
Enviamos a decir al monarca que tuviese a bien consentir el regreso de los dos hombres que habían bajado a tierra para traficar, así como al hijo de Juan Carvalho (que había nacido en las tierras del Verzin), pero se negó. Culpa de Juan Carvalho, precisamente, por dejar libre a aquel capitán.
Nos quedamos con dieciséis hombres de los principales, para traerlos a España y tres mujeres en nombre de la reina de España también; pero Juan Carvalho las usó como suyas.