Libro III
Riquezas del archipiélago
Avistaje de Islas de las Especias
Continuando el viaje, conseguimos un puerto entremedias de aquellas dos islas de Sarangani y Candighar, deteniéndonos por el lado de Levante, cerca de un poblado de Sarangani, en el que se hallan oro y perlas. Son éstos pueblos gentiles, y circulan tan desnudos como los demás. El puerto de marras aparece en los cinco grados nueve minutos, y dista de Canit cincuenta leguas.
Encontrándonos allá, nos apoderamos cierto día de dos pilotos, para que nos guiaran hasta Maluco. Singlando entre mediodía y garbino, cruzose entre ocho islas, habitadas y deshabitadas: cuatro a babor, cuatro a estribor. Son: Cheana, Caniao, Cabia, Camanuca, Cabaluzao, Cheai, Lipan y Nuza. Hasta llegar a otra, al final de todas ellas, muy hermosa a la vista. Por venir vientos contrarios y no poder doblar una punta de mal tierra, andábamos de acá para allá, y siempre próximos; aprovecholo el hermano del rey de Maingdanao para huir en la noche, en compañía de un hijo suyo pequeño; pero, por no poderse mantener sujeto a la espalda de su padre, el niño, camino de la isla, se ahogó. No conseguimos doblar aquel cabo, así que pasamos de largo nosotros a mediodía de aquella tierra. Alrededor diseminábanse muchos islotes.
Tiene la enunciada cuatro reyes: el rajá Matandatu, el rajá Lalagha, el rajá Bapti y el rajá Parabu, gentiles todos. Están en los 3 1/2 grados del Ártico, a 27 leguas de Sarangani, y llámanla Sanghir.
Ahora, sin desviarnos, pasamos junto a otras seis islas: Carachita, Para, Zanghalura, Cian (ésta, a unas diez leguas de Sanghir, tiene un monte alto, pero de poca área, y por real al rajá Ponto), Paghinzara (a ocho leguas de Cian, con tres montes altos y un rey por nombre rajá Babintan) y Talaut. Luego encontramos, al este de Paghinzara, a unas doce leguas, dos islas no muy extensas: Zoar y Mean.
Detrás de ambas, el miércoles 6 de noviembre, descubrimos cuatro de gran elevación, a catorce leguas. El piloto, que seguía en la nave, afirmó que aquellas cuatro eran Maluco, así que dimos gracias a Dios y, por júbilo, descargamos la artillería toda. No era para maravillar a nadie que nos sintiésemos tan alegres, porque habíamos consumido veintiseis meses menos dos días en encontrar Maluco. Por todas las islas anteriores a ella, el fondo menor que encontrábamos era a cien y doscientas brazas; lo contrario de lo que decían los portugueses, que aquí no se podía navegar por los grandes bancos y el cielo oscuro, según ellos lo suponían.