Libro III
Abundancia de la isla de Giailolo
Cargamento de clavo y recelo de los españoles
Cada día llegaban de Tarenate muchas barcas con cargamentos de clavo; pero, como aguardábamos al rey, nuestras únicas compras eran víveres. Los de Tarenate se quejaban sonoramente, porque no queríamos tratar con ellos. En la noche del domingo, 24 de noviembre, en puertas el lunes ya, regresó el rey, sonando sus láminas al cruzar entre los dos barcos; le recibimos con salvas abundantes. Díjonos que, a los cuatro días, iba a llegar mucho clavo. El lunes envió el rey setecientos noventa y un fardillos de clavo, pero sin descontarnos la merma. Llámase merma aquí a la pérdida de peso de la mercancía, a los pocos días de comprada, por secarse; de modo que siempre, al comprar, se computa menos peso del real en la fecha. Por ser el primer clavo que acomodábamos en las carabelas, disparáronse las bombardas de nuevo. Aquí llaman al clavo ghomode; en Saragani, donde cargamos con los dos pilotos, bonghalavan, y en Malaca, chianche.
El martes 26 de noviembre, recordonos el rey que no era costumbre que rey alguno abandonase su isla; pero que si él había partido fue por amor al rey de Castilla y para que volviésemos más pronto a España, de donde deberíamos traer luego tantos navíos que con ellos se vengara la muerte de su padre, al cual mataron los de una isla llamada Burú, arrojando el cadáver al mar después. Añadiendo que la usanza, cuando el primer clavo acomodábase en navíos o en juncos, era que el rey invitara a un banquete a los navegadores, para recabar de Dios que los condujese sanos a puerto, y que esta vez quería celebrarlo asimismo en honor del rey de Bachian y de su hermano, que venían a visitarle. Y ordenó que limpiaran los caminos.
Algunos de nosotros, imaginando cualquier traición, porque en el sitio donde nos procurábamos el agua habían sido muertos por algunos de éstos --escondidos en el bosque-- tres portugueses de los de Francisco Serrano, y también porque veíamos a estos indios en conciliábulo constante con nuestros prisioneros, aconsejamos --contra el parecer de los decididos al convite-- que no se bajara a tierra en aquella ocasión, recordando aquella otra tan infeliz.
Lo propugnamos de tal modo, que se terminó por enviar a decir al rey que se acercara a las carabelas, pues nos queríamos ir, y no sin consignarle los cuatro hombres prometidos más otras mercancías. Vino el rey rapidísimo y, penetrando en las naves, manifestó a algunos de los suyos que como en la propia casa entraba en ellas. Díjonos haberse seriamente alarmado porque quisiéramos partir de súbito, cuando el plazo de carga de las naves solía ser de un mes, y no habiéndose él alejado para tramar mal alguno, antes para proveernos de carga con mayor presteza; aconsejándonos, en fin, que no saliéramos entonces, por no ser aún tiempo de navegar por aquellas islas a causa de los muchísimos bajíos de los alrededores de Bandan; y todo ello, ni contando con las naves portuguesas que podrían dar con nosotros cerca de allí... Y si, pese a todo, insistíamos en partir, que recogiéramos antes toda nuestra mercancía. De lo contrario, los reyes circunvecinos dirían que el de Tadore había recibido numerosos obsequios de un tan gran rey sin haberle agraciado con cosa alguna, y supondrían que abandonábamos su puerto por desconfianza a cualquier engaño, con lo que ya siempre lo tacharían de traidor.
Hizo traer entonces su Alcorán y primero besándolo, poniéndoselo después cuatro o cinco veces encima de la cabeza, y diciendo para sí ciertos conjuros (a hacer todo lo cual llaman zambahean), protestó ante todos de que juraba por Alá y por el Alcorán que en la mano tenía que quería ser en toda hora amigo fiel del rey de España. Repetíalo todo casi con llanto. Por sus buenas palabras, prometimos permanecer allí una quincena aún. Entregándole, seguidamente, la firma y la bandera reales. Nada menos supimos después y de buena tinta que algunos principales habíanle instado a que nos diera muerte, pues eso los portugueses lo agradecieran tan de verdad que acaso hasta perdonarían a los de Bachian por lo de hacía poco. El rey les contestó que no haría tal por nada del mundo, conociendo al rey de España, y habiendo concertado paces.