Libro III
Abundancia de la isla de Giailolo
Demostraciones de amistad con el rey Iussu
El miércoles 27 de noviembre, hizo avisar el rey para que todos cuantos tuvieran clavo lo llevasen a las carabelas. Todo ese día y el posterior contratamos clavo con gran furia. El viernes por la tarde presentose el gobernador de Machian con innumerables praos. No quiso bajar a tierra por encontrarse allá su padre y un hermano suyo, bandido de Machian. Al día siguiente, nuestro rey, con el gobernador --su sobrino-- penetró en las naves. Por no disponer nosotros de más paño, mandó que trajesen tres brazadas del suyo, y nos lo dio, el cual pudimos así regalar al gobernador con otras cosas. Al irse, lanzamos una gran salva. Después, el rey nos envió otras seis brazas de paño rojo, al objeto de que obsequiáramos al gobernador nuevamente. Cumplimos al punto el encargo, y bien lo agradeció, diciéndonos que nos mandaría clavo en cantidad. Ese gobernador se llama , y no tendría más de veinticinco años.
El domingo 1 de diciembre, el gobernador se fue. Le sugerimos al rey de Tadore que le entregara piezas de seda y alguno de aquellos agons, para que se diese más prisa en enviar la especia. El lunes se ausentó el rey de su isla, en nueva búsqueda. El miércoles por la mañana, por ser día de Santa Bárbara --más el regreso del rey-- disparamos toda la artillería. A la noche, acercose el rey a la playa con la pretensión de ver disparar cohetes y petardos, lo cual agradole mucho. El jueves y el viernes se compró mucho clavo, lo mismo en la ciudad que a bordo. Por cuatro brazas de frisetto daban un bahar de clavo; por dos cadenas de latón, que valían un , diéronnos cien libras; en fin, por no disponer ya de más mercancías, algunos vendieron su capa, otros el sayo, éste de más allá las camisas o cualquier ropa para aumentar la parte. El sábado, tres hijos del rey de Terenate, con sus mujeres --hijas de nuestro rey-- y con el portugués Pedro Alfonso, vinieron a los barcos. Dimos a cada uno de los tres hermanos un vaso de vidrio dorado, y a las mujeres tijeras y otras cosas. Al partir, disparáronse muchas bombardas. Después, remitimos a tierra, para otra hija de nuestro rey, casada con el rey de Terenate, más cosas, pues no quiso subir a la nave con las demás. Toda esta gente, así hombres como mujeres, va descalza a todas horas.
El domingo 8 de diciembre, como día de la Concepción, disparáronse muchas bombardas, cohetes y petardos. Al atardecer del lunes, subió el rey a las naves acompañado por tres mujeres que traían su betre. Hacerse acompañar por mujeres sólo al rey se le permite. Tornó después el rey de Giailolo, interesado en ver de nuevo cómo combatimos uno con otro. Al cabo de más días, nuestro rey nos dijo que él mismo se sentía ahora como un niño lactante, que conociera a su madre ya, y que, yéndose ella, lo dejase solo; mayormente iba a quedar desconsolado él, porque había conocido y gustado igual diversas cosas de España, y porque tardaríamos mucho en regresar junto a él. Del modo más afectuoso, nos pidió que le dejásemos para su defensa algunos de nuestros medios, y advirtionos que, al partir, navegáramos de día solamente, pues aquellas partes están llenas de bajíos. Contestámosle que, si queríamos llegar a España, debíamos navegar día y noche. Añadió entonces que elevaría por nosotros las preces a su dios, para que nos condujera a buen puerto. Y díjonos que aguardaba al rey de Bachian, que venía a casar al hermano con una de sus hijas. Nos rogó que hiciésemos alguna demostración en albricias, pero sin disparar las bombardas mayores, pues ello podría perjudicar a las naves, tan cargadas ya en esos días.
Vino Pedro Alfonso, el portugués, a instalarse con su mujer y con todos sus pertrechos en la nao. Y a los dos días, volvió a erguirse ante nosotros en su prao de todas armas, Chechili de Roi, hijo del rey de Tarenate, gritándole al portugués que bajara allá un momento; respondió el interpelado que no quería, por volverse con nosotros a España.
Entonces quiso penetrar en la nave, mas no se lo permitimos. Era gran amigo del capitán de Malaca, portugués, y venía con intención de apoderarse de nuestro huésped tras haberles gritado con fiereza a los que solían rodear a éste, porque le habían dejado irse sin su consentimiento.