Libro III
Ceremonias de despedida
Aves paradisíacas, bandidos nocturnos, jengibre
Hoy bajó a tierra el rey de Bachian con muchos otros de los suyos, para concertar con nosotros paces. Iban ante él cuatro guerreros, con las espadas desnudas y alzadas.
Prometió, ante nuestro rey y ante todos los otros, ponerse a perpetuidad en servicio del rey de España, conservándole el clavo que abandonaran los portugueses hasta que otra flota nuestra acercárase allá a por él, que nunca lo daría sin nuestra autorización.
Entregó para el rey de España, un siervo, dos bahar de clavo (dábanos diez, pero las carabelas, por exceso de carga, no los pudieron aceptar), y dos pájaros muertos bellísimos. Esos pájaros tienen el cuerpo de los tordos, cabeza pequeña y pico largo, de a palmo las piernas y delgadas cual una pluma de escribir. No disponen de alas, sino, en su lugar, de dos suertes de grandes penachos de plumas largas multicolores. La cola vuelve a ser como la del tordo, y todas las plumas no mencionadas, de color moreno. Sólo vuelan cuando sopla el aire.
Dijéronnos que tales pájaros procedían del paraíso terrenal, por lo que los llamaban bolon dinata, o sea "pájaros de Dios".
Todos los reyes de Maluco escribieron al rey de España que querían ser sus leales súbditos. El de Bachian tendría ya alrededor de setenta años; una de sus costumbres era ésta: cuando se disponía a combatir o a cualquier otra cosa importante, hacía que un servidor suyo diera dos o tres vueltas a su alrededor. Al servidor de marras sólo lo tenía para esto.
Un día, el rey mandó advertir a aquellos que se quedaban en nuestro almacén que no saliesen de noche, por razón de algunos de sus súbditos, que se ungen y circulan en la oscuridad, al parecer sin que los dirija nadie. Cuando encuentran a alguno no de su legión, lo toman de la mano, de forma que la parte interior de ésta queda ungida, con lo que inmediatamente enferma, y a los tres o cuatro días muere. Y lo mismo hacen si se tropiezan con varios, fuera de que en tal caso los atan. Él había hecho ahorcar a más de uno de estos malhechores.
Cuando estos pueblos acaban de construir una casa, antes que la habiten, encienden fuego alrededor e invitan a muchos; después cuelgan del techo una muestra de cada una de las cosas que en la isla se producen, a fin de que nunca falten para sus moradores. En todas aquellas el jengibre es corriente; nosotros lo comíamos verde, como pan.
El jengibre no es un árbol, sino una planta pequeña, que multiplica fuera del fango ciertos brotes de un palmo de longitud, como los de las cañas; y con las mismas hojas, aunque más estrechas. Los brotes para nada valen, pero su raíz es el jengibre, mucho menos sabroso verde que seco. Estos pueblos lo conservan metiéndolo en cal. De otra forma, no duraría.